El tiempo pasa, la vida continúa. Otra temporada llega a nuestra piel. El invierno termina, la primavera se asoma en el hemisferio norte de la tierra. Un nuevo ciclo empieza. Muchos abrazos de despedida en los últimos días. Mi mente ha estado ocupada.
El sol ya comienza a sentirse más que el frío. Que lindo se siente en la piel. Buenos días primavera. Te estábamos esperando.
El inicio de nuevos ciclos es la indicación de que otros se están acabando. Este año está cargado de inicios y finales para todos. Muchos cambios. Muchos cierres. Yo misma estoy viviendo los míos, en el trabajo, las amistades, las energías, los espacios que habito. No olvidemos que este es un año 9. En esta publicación hablo más de eso.
En el último año he dicho adiós a demasiadas personas. Creo que es la maldición del migrante. Sin importar que tanto ames, vivas un lugar, tendremos que decir adiós, o alguien estará ahí para decirlo a nosotros.
Pensándolo bien, con el paso por la vida es lo mismo. Somos migrantes en la mortalidad.
Mientras vivimos, somos eternos migrantes.
Esta es la historia de algunos de mis amigos ahora. Que por diversas razones y luego de terminar el propósito que los trajo aquí, han decidido recoger sus cosas y emprender camino. Cuidadosamente, como un cirujano, he escogido mis palabras en estos últimos días para no recordar la tristeza de partir.
La tristeza de dejar lo que fue un “hogar”.
Lugares que han sido sus hogares al llenarlos de sus objetos favoritos, las comidas que les recuerdan a casa, los recuerdos de los viajes, las fotos de esos momentos que les quitaron el habla. Esas cosas bonitas, curiosas, hermosas que les producen sentimientos en el corazón, y que sea cual sea el motivo, han decidido conservar mientras estaban aquí.
Sin embargo, en medio del estrés y el caos de la burocracia, los he visto batallando por deshacerse de eso, esas cosas que guardaron en su casa por los últimos años. Como un duelo, ir perdiendo parte a parte, eso que era su casa. Eso que eran ellos aquí y que empezará a cambiar desde su partida.
Escuchando sus mosukitos en estos días, he comenzado a hacerme muchas preguntas.
He llegado a la conclusión, los humanos somos arcas de colecciones.
Muchos dirían que somos acumuladores. Guardamos aquello que nos gusta, llama nuestra atención, o nos genera curiosidad. Pero ¿que nos lleva a esa necesidad de guardar las cosas?
Hace unas semanas leía por aquí sobre el Ensayo de la bolsa de Ursula K. Le Guin. Parafraseando, ella decía que el primer objeto cultural de los humanos fue seguramente un recipiente. Un contenedor. Un objeto usado por los nómadas para guardar aquello que prometía nuestra supervivencia. Como estábamos en constante movimiento, íbamos guardando aquello que nos podía ser útil luego. Alimentos, trozos de otros animales y plantas, minerales entre otros. También por ser animales sociales, guardábamos objetos para mostrarles a otros, compartir o poseerlos. Como una forma de entender la naturaleza que nos rodeaba.
Me parece hermosa esta idea. Contrarío a la teoría general de que primero fueron las armas o instrumentos, el Ensayo de la bolsa muestra la importancia de preservar. Preservarnos a nosotros mismos; a través de nuestra supervivencia, también mediante las memorias que nos evoca un objeto preciado, así mismo, habla de la curiosidad de nuestra especie.
Creo que mucho de esos humanos aún vive en nosotros. Por más AI y tecnología, nuestro cerebro no evoluciona tan rápido, para que hayamos perdido estos rasgos. Aunque nuestra sociedad va a toda velocidad, los periodos de evolución de la naturaleza son más lentos. De millones de años. Nuestra sociedad nos pide que vayamos como un leopardo, cuando nos parecemos más a un caracol. Van andando, lento pero constante.
Por lo que coleccionar, guardar, acumular cosas, nos emociona a niveles químicos.
Y es que no solo guardamos cosas. Objetos. También somos colecciones de las experiencias que hemos vivido. Esa comida que te hizo abrir los ojos. Ese viaje a la playa. O la primera vez que viste las montañas o el mar.

También estamos hechos de personas. De sus aprendizajes. De sus palabras. ¿Nunca has copiado un acento, palabra o expresión de un amigo? Somos maquinas copiadoras. Que guardan aquello que nos gusta.
Las mejores grabadoras del mundo.
A veces, en intentos inconscientes de acércanos a la otra persona, por admiración o moda. A veces, guardamos ese amigo para recordar lo que fuimos, por que ya no podremos verlo por distancia, un disgusto o porque ya no está.
También estamos hechos de los regalos que nos han dado esas personas. Objetos, que son preciados. Memorias de los días juntos.
Partes que dejaron atrás luego de marcharse.
En este último caso, para acortar la distancia entre los mares que nos separaron.
En nuestra caja guardamos emociones. Esas que hemos vivido a flor de piel. Que brotaron de nosotros cuando no podíamos contenerlas más. Alegría, ira, tristeza. Nombra la que quieras. Pero también, se guardan las palabras que nunca pudimos decir. Esas que nuestra mente repite en ciclo luego de una pelea, o que olvida poniéndolas en el rincón más oculto del alma para protegernos del dolor. También esas palabras que nos fueron dichas y aun tienes pullas que hieren nuestra piel.
Algunas personas guardan tan preciosamente ciertas partes, objetos o personas. Que no vuelven a visitarlos, usarlos o tocarlo. Este miedo tiene diferentes fuentes. Algunas son a que se acabe, a no poder conseguir el mismo, a perder una parte de ellos o a enfrentar la verdad de ser efímero. Porque vivimos de los instantes. También son parte de nuestra supervivencia.
Sin embargo, muchas veces, en ese vació y perdida encontramos la belleza de eso que transcurrió, de lo que termino. Pues muchas cosas guardan su belleza en lo efímero del tiempo. Ese que transcurre y nos permite estar ahí. Disfrutar el instante.
Abrazo desde la distancia a mis amigos que ya no están, a mis personas que ya no podre volver a ver en este mundo, a mis amados que están separados de mi por mares de distancia. En mi piel, habitan como microbios las palabras que me dijeron, las comidas que compartimos, los abrazos, las lágrimas, las memorias. Más que un consuelo, todas esas partes de ellos ahora son parte de mi microcosmos, de este organismo simbionte que es mi ser, que se nutre de ustedes y de todo lo que me dejaron.
Y así lo será para siempre. Incluso si mi memoria lo olvidase, incluso cuando deje este cuerpo, porque fueron instantes que se transforman en estelas de moléculas que se tocaron en la infinidad.

Gracias por leer Mosukito
Se me ocurren las siguientes preguntas:
- ¿Que cosas te gusta coleccionar y porque?
- ¿Que opinas del "Ensayo de la bolsa"?
Te leo 🪰
Una de las cosas que más ADORO es compartir con otra persona mi cajita de recuerdos, y que me muestre la suya. Pero no todo el mundo tiene una... 😌
En cuanto a colecciones homogéneas más allá de mi cajita de recuerdos (en la que hay de todo), sólo tengo una: las gemas. Cuarzos, obsidianas, lapislázulis... Me vuelven loca. 😍
¿Y tú? ¿Coleccionas alguna cosa?
No conocía el libro del "Ensayo de la bolsa", pero tiene todo el sentido lo que dice.
Gracias, Luisa, por sacar este tema. Me quedo pensando sobre la importancia de tratarnos con ternura y paciencia cada vez que tengamos que soltar algo, lo que sea.
Me encantó la frase "somos arcas de colecciones", y es cierto, atesoramos no sólo cosas materiales sino vivencias que dejan sus huellas en el cuerpo y en el alma.
Me encanta además, que el arte, para nosotros la escritura es la forma en la que hacemos registro de todo ello para ayudar a la memoria a preservarlo eternamente.
Gracias por compartirte 💓