Hay cosas que siempre llaman nuestra atención, aunque intentemos ignorarlas o guardarlas en un rincón de la mente. Algunos las llaman casualidades; otros, enseñanzas del alma. Son esos eventos recurrentes que nos sacuden, despiertan emociones profundas y activan partes dormidas de la conciencia. Puede que te parezca que estoy hablando de locuras, más no conozco a nadie que luego de revisar suficiente en su vida, no tenga un evento o varios así. Repetidos. Que te persiguen una y otra vez.
Esta semana, uno de esos temas volvió a aparecer con fuerza, acompañado de dolor, trauma y una imagen desgarradora: el sufrimiento animal.
Volvía de un viaje. Llena de energía por las buenas vibras de las hermosas personas que conocí y el descanso. Volvía al laboratorio, el lugar donde he trabajado los últimos 3 años en mi investigación en datos biológicos. Era mi turno de limpiar las jaulas de los ratones. No los uso para mis experimentos. No puedo hacerlo. Estar en contacto con ellos cuando debo infligirles daño es demasiado para mí. Sin embargo, ante la escasez de personal me ofrecí a ir, una vez cada mes, para cambiar de estar todo el día frente al computador y estar más cercana algunos animales.
Pero este lunes fue diferente.
Las jaulas habían aumentado, y también el número de ratones en cada una. El calor era insoportable, el agua escasa, y la agitación se sentía en el aire. Los ratoncitos corrían de un lado a otro, desesperados, más de lo común. Yo también me sentía atrapada en ese cuarto.
"Hagamos esto rápido", pensé, intentando desconectarme, resistirme a sentir.
Pero no salió como esperaba.
Encontré a dos ratones atrapados entre las rejas. Tal vez intentaron escapar y metieron más que la cabeza por los barrotes, quedando atrapados de forma irreversible. Uno ya había muerto. El otro aún luchaba por soltarse. Su cuerpo inflamado por el esfuerzo y el estrés. Quise ayudarlo. Sus quejidos me estremecieron. Sollozábamos en conjunto. No podía parar de pensarme en la misma situación. Me dolía el cuello. Toda la cara.
Con manos temblorosas intenté sacarlo, aunque sabía que le dolería. Después de varios intentos, y usar improvisadamente unas tijeras, logré liberarlo.
Sus compañeros se acercaron a él de inmediato, lo recibieron con lamidas suaves y se acurrucaron a su lado.
Parecía que querían calmarlo.
Desde pequeña he sido testigo de experiencias desoladoras en las que se ha violentado a animales de todo tipo: aves, toros, serpientes, ranas, ratones, perros, gatos, arañas, vacas, caballos, peces. Desde lo más profundo de mi alma, confieso que yo misma he participado, a veces forzada como niña, otras, ya más grande, por decisión propia. Incluso hoy, aún lo hago cada vez que consumo productos que provienen de ellos, aunque no se trate de carne directamente.
No sé si es empatía o algo más, pero siento a los animales como iguales. Puedo percibir su dolor, su alegría, su miedo o su incomodidad. No los infantilizo. Respeto a los animales como respeto a las personas. Desde siempre los he escuchado, sentido, acompañado.
Esa forma de verlos me llevó a querer conocerlos mejor. De niña leía enciclopedias para entender sus costumbres, sus formas, su ecología. En la finca de mis tíos podía pasar horas mirando gallinas, vacas y caballos. Cuando viví cerca de la selva, observaba colonias de hormigas, escuchaba aves, dibujaba murciélagos y serpientes en hojas recicladas de la oficina de mi padre. En la casa de mi abuela en las montañas, pasaba horas mirando a los árboles para ver que pajaros aparecian. Me aprendía sus nombres y sus cantos. Mi papá me enseño a silvar para llamarlos.
También me llevaron a corridas de toros desde pequeña, por muchos años. Admiraba la valentía del caballo, el desafío del toro, el riesgo del matador. Pero algo se quebró en mí al ver el sufrimiento del animal cuando recibía la espada, o cuando ocurría algún accidente. Cuando ya crecí lo suficiente decidí que no quería participar en ese tipo de violencia. Aunque implicara dejar de compartir ese momento con mi padre, a quien amo con todo mi corazón.
Cuando llegó el momento de elegir una carrera, escogí Biología. Amo observar las diversas formas que toma la vida para existir. Algunos de mis recuerdos más felices son ver calamares, tiburones y tortugas nadando en libertad, arrecifes llenos de colores, monos colgándose, aves cantando, plantas colgadas en los árboles, lagartijas y serpientes con ojos hermosos, ranas translucidas que brillan a la luz de las linternas. Sin jaulas. Solo siendo ellos. Existiendo.
Pero estudiar biología también me acercó al dolor de nuevo. A la experimentación.
Según Peter Singer, autor de Animal Liberation —libro considerado una de las bases del movimiento moderno por los derechos animales— las dos mayores fuentes de sufrimiento son la producción industrial de animales y la experimentación. Yo terminé involucrada en la segunda.
En la universidad, trabajé con peces cebra, ratones, pollos, moscas de la fruta y planarias. Me certifiqué en el uso de animales de laboratorio, aprendí a mejorar su bienestar, a reducir el dolor. Vi personas que los respetaban… y otras que los ignoraban por completo. Que olvidaban su sufrimiento, sus quejidos, su derecho a existir y a morir dignamente.
Perdí empatía para obtener datos. Para graduarme. Para seguir avanzando.
Hasta que ya no pude más. Aunque amaba el conocimiento, no podía seguir a ese costo.
Cambié de camino: me fui hacia la bioinformática en la maestría. Me acerqué a las plantas, a los hongos. Pensé que había salido de ese ciclo. Pero de nuevo, aún en ese mundo, aparecían los animales. A veces no directamente, pero su sufrimiento seguía allí, presente en los datos de otros.
No soy vegana —aún no—, pero quiero serlo. Casí nunca comó carne, y he reducido mi consumo de productos de origen animal, aunque me queda un largo camino.
No estoy en contra de comer carne o usar productos animales. Entiendo que en la naturaleza todos comemos y somos comidos. Pues esto hace parte de los procesos necesarios para el ciclaje de la energía. Sin embargo, estoy en contra del sufrimiento que causa su explotación. Aislamiento, soledad, embarazos indeseados, violaciones, inanición, mutilación. Todas las cosas por las que creamos los derechos humanos se ven vulneradas, donde hay millones de seres sintientes.
Creo firmemente que, con el conocimiento y la tecnología que hoy tenemos, podemos prescindir de la experimentación en animales, o al menos reducirla al mínimo.
En 1959, Russell y Burch propusieron las tres R: Reemplazo, Reducción y Refinamiento. Es decir, buscar métodos alternativos, usar menos individuos y minimizar el sufrimiento cuando no se pueda evitar su uso. Hoy en día, contamos con simulaciones, cultivos celulares, tejidos artificiales, monitoreo en base a otras estrategias y bases de datos suficientes para reemplazar muchos ensayos.
Aquí te dejo unos experimentos interesantes que usan esos principios:
Fundación Panthera: Que usa huellas ambientales de jaguares para aprender de su ecología.
Instituto Humboldt: Uso de códigos de barras para estudiar el tráfico de especies en Latinoamérica.
Braintree Scientific Mimicky model: ayuda en el entrenamiento de técnicas y procedimientos para el manejo de ratones. Así reducir el uso de individuos y mejorar las técnicas de manejo en el laboratorio.
¿Y si empezamos por ahí?
En 2013, la Unión Europea prohibió la venta de cosméticos que hayan sido probados en animales, incluso si las pruebas se realizaron fuera del continente. Fue una decisión histórica, impulsada por años de presión pública y por científicos que denunciaron los efectos devastadores de estas pruebas. Este fue un paso importante. El mundo ya ha demostrado que podemos hacerlo diferente.
Yo también estoy cambiando. Todavía me equivoco. A veces, cuando como algo que viene de un animal, lo hago con una mezcla de dolor y gratitud. Tal vez sea una forma de ritual, de reconciliación. No quiero que se desperdicie si lo dejan. Tal vez me digo que al menos su energía se convierte en parte de mí. Que no murió en vano. Pero lo cierto es que no quiero que sufra más. No quiero que ninguno sufra más.
Necesito hacerme más fuerte. Necesito que mi voz sea más grande. Que mi miedo a incomodar no me silencie.
Si eres científico, te invito a preguntarte con honestidad: ¿de verdad esta es la única forma de probar tu hipótesis?
Como habitantes de este mundo, te animo a preferir marcas que indiquen claramente que no han sido probadas en animales. Muchas ya incluyen logos que certifican esto: es un pequeño gesto con un gran impacto. Informate. Y si te importa esta causa, difundela. A veces, pecamos más por ingnorancia que por necesidad, dirá mi mamá.
Y si eres político o tienes influencia sobre las leyes, te invito a revisar cómo se protege a los animales en tu país. Puedes hacer la diferencia.
Porque ellos, que ocupan uno de los últimos escalones en la escala de derechos, reflejan mucho de lo que somos como sociedad. Cómo los tratamos habla de nosotros. De nuestras sombras. De nuestras decisiones. Y también, de nuestra capacidad de cambio.
Hemos olvidado que nosotros también somos animales.
Ese es uno de mis propósitos en esta vida: recordarlo.
Recordárselo a otros.
Mostrar que hemos sido crueles por comodidad. Que, en el futuro, miraremos este momento de la historia con vergüenza, como lo hacemos hoy con la esclavitud o la colonización.
Estoy segura de que podemos dar un paso adelante.
No tenemos que cambiarlo todo ya, pero empezar es lo más difícil y ya estamos dando pasos.
El cambio comienza con una decisión.
Una sola.
No más experimentación en animales.
Me ha encantado tu texto. Gracias por esto. Llevo años sin comer carne aunque lo hacía de vez en cuando y desde que leí el manifiesto que tienen unas chicas que se llaman reinas y repollos al inicio de su libro de cocina vegana "no matarás" me lo tomé más en serio. Como que su forma de relatar lo que ya sabía me afirmó. Tienen un podcast y varias cosas, échale un ojo, a ver si te inspiran también!
Pobres ratoncillos. Ay!
Resueno mucho con lo de la comer hacerlo de alguna forma sagrado. Como honrando el sacrificio de que algo murió para que yo pudiera vivir.
Qué menos que ser conscientes aunque sea.
Este es un tema que me toca muy hondo, Luisa. Tal vez el que más, después de la destrucción de los ecosistemas.
Estuve a puntito de estudiar la carrera de biología, pero al final me eché atrás porque me dijeron que, probablemente, acabaría trabajando en un laboratorio. Y no me gustó nada esa perspectiva... 😑 Tu carta me confirma que no podría haber desarrollado esa profesión con facilidad. Me imagino en tu lugar y se me erizan los pelos de la nuca... 😬
Pero has tratado este tema con una mezcla de sensibilidad, transparencia, y compasión, tan habitual en ti. Creo que, si te animas a continuar por esta línea y con este enfoque, te puede ir bien. Ojalá sea así. 🙏🏼 Te deseo lo mejor en tu meta (y en todo! 😊)