Ansiedad, mi mayor enemiga y amiga mental
Reflexión sobre como nos hemos acostumbrado a vivir en ella
Me levanto y siento los primeros rayos del sol filtrarse por la ventana.
Estiro la espalda, estiro los hombros. Me preparo para empezar el día. Me lavo el rostro, me cepillo los dientes y comienzo mi rutina matutina: yoga y meditación, mis medicinas para calmar la mente. Esta mente congestionada, llena de pensamientos, siempre proyectada hacia el futuro. Ver el presente era tan difícil como intentar enfocar un objeto lejano sin gafas.
Tengo una mente muy ansiosa. Tal vez es por mi ascendiente Aries.
No conozco las mentes de los otros. Pero bajo mis estándares, la ansiedad era quien tenía la atención casi siempre, el 90% del tiempo. Esto es suficiente para agregar “muy” a la descripción.
Reflexionando, me doy cuenta de que siempre he sido así. De niña, cuando me asignaban tareas, solo quería terminarlas lo antes posible, tener la libertad de usar mi tiempo para lo que quería: ir donde mis amigos, leer el libro que me gustaba, ver el anime que había elegido. Estar a solas conmigo misma, pasar tiempo con mi mente, aprender cosas. Odiaba que los deberes —propios o impuestos— me robaran ese tiempo.
Solo quería enfocar mi atención en lo que me era realmente importante.
Por complacer a los demás, por cumplir con lo que se esperaba de mí, sacrificaba esos momentos. Y al final del día, cuando me daba cuenta de que no me había quedado tiempo para lo que realmente disfrutaba, me invadía la frustración.
Aún me molesta cuando eso sucede, pero con los años he aprendido a equilibrar mi tiempo a solas con el tiempo que dedico a los otros. He ganado pequeñas batallas, y he aprendido que también puedo aprender y entender del mundo al estar con los demás.
No debo ser un ermitaño todo el tiempo.
También recuerdo cómo, la noche antes de un evento importante, casi nunca podía dormir. Mi mente se enredaba en pensamientos recurrentes, imaginando todos los posibles escenarios. Preveía preguntas, problemas, respuestas. Esto pasaba en exámenes, presentaciones, concursos, entrevistas, fiestas… la lista es interminable. Me he dado cuenta de que siempre me ocurre con eventos donde siento que estoy siendo evaluada. Me cuesta desempeñarme bajo estrés, o al menos eso creo. Por eso, mi cerebro anticipa cada posible desenlace, como si intentara calcular si debo huir o luchar.
También he aprendido que la ansiedad y la emoción (o lo que en ingles sería excitement) son muy diferentes. Cuando un evento te emociona, quieres que ya ocurra, pero no estas preocupado del que pasara. No imaginas escenarios posibles. Solo quieres que ya empiece. La idea de vivir ese instante te causa felicidad. Es más parecido a cuando estas en la cima de una montaña rusa y justo viene la bajada. Claro, esto solo aplica si te gusta esta atracción mecánica. Si no, será la opuesto, y seguro estas imaginando todo lo que puede salir mal en esa bajada. Esto es ansiedad.
Mis peores días de ansiedad fueron durante el pregrado y la maestría. Expectativas demasiado altas, deudas por pagar, habilidades que sentía insuficientes, poco tiempo para hacerlo todo, críticas propias y ajenas, una mente y un cuerpo inmaduros. Pretendía que todo estaba bien, con mis padres, amigos, familiares, conocidos. La verdad no sabía que me pasaba, solo sentía que me desbordaba poco a poco. Mi piel picaba. Mientras más emociones reprimía, más me rascaba. Como si la presión interna inflamara mi cuerpo, mi piel ardía como el pavimento en verano.
Si algo no me gustaba, si no estaba de acuerdo con algo, sonreía y lo aguantaba. Debía ser perfecta, complacer a los demás, ser bien vista, soportar y cumplir.
Me identifico con lo que alguna vez una de mis mejores amigas, me contaba sobre sus propia ansiedad, me dijo: “Puedo estarme rompiendo por dentro, pero soy responsable, funcional.” Así era yo, un alma prendida en fuego, pero con un sticker de sonrisa en la cara. Me recuerda al meme del perrito en el cuarto lleno de llamas.

Aguanté todo lo que pude.
No era infeliz. De hecho, tuve muchos momentos muy felices en aquellos días. Pero siempre estaban enmascarados por el peso de lo que callaba. Me di cuenta de que vivía todas mis emociones bañadas en una piscina de ansiedad.
Tan acostumbrada que había olvidado como se sentía estar afuera.
Hasta que un día, mi cuerpo ya no pudo más. Picaba tanto que era imposible quedarme quieta. Primero rascaba mi cabeza, luego los labios, luego me arrancaba los cueritos de los dedos, después las orejas. Me tocaba tanto en el mismo lugar que la sangre salía. Me sentía incómoda en mi cuerpo, en mi mente, en la vida que habitaba. Descuidé muchas partes de mí en ese tiempo.
Mi cuerpo me enviaba señales, pero yo no quería escucharlas. No entendía como. No hay manual de instrucciones para estas cosas.
Como una olla a punto de hervir, burbujas se acumulaban en mi mente.
Intenté de todo para aliviar la ansiedad. Algunas estrategias aún las conservo: cortarme las uñas muy cortitas, quitarme todos los cueritos de las manos. Usaba curitas en todos los dedos, me peinaba de cierta forma, llevaba aretes grandes, collares o anillos para tocarlos en lugar de mi piel. Pero había días en los que ni siquiera tenía tiempo para disfrazarlo. Y siempre llegaba la misma pregunta: “¿Qué me está pasando?” Los otros también se lo preguntaban.
Aún recuerdo algunas caras horrorizadas al verme cuando no podía ponerme el “disfraz”. La mía también ¿Qué me estoy haciendo?
No sabía cómo explicarlo. En ese entonces, ni yo misma entendía qué me ocurría.
"Solo estoy haciendo lo que los demás hacen, lo que me dijeron que debía hacer." Pero si ni siquiera era capaz de llegar al mínimo estándar, ¿cómo podía seguir ocupando ese lugar?
“No vales la pena, eres una inútil”, me repetía con ira en mi mente.
Qué feo me trataba. Pero no puedo culparme. Estaba atrapada en un torbellino de ansiedad y expectativas.
Después de sobrevivir a la tormenta, porque no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo aguante, cuando finalmente tuve un poco más de tiempo, empecé a investigar sobre lo que me pasaba. Descubrí que mi ansiedad no era solo un capricho o una debilidad, sino una respuesta biológica y evolutiva. Conseguí ayuda psicológica.
Poco a poco. Aún sigo aprendiendo a respirar, a identificar mis desencadenantes, a buscar estrategias para calmarme. Y ahí encontré mi primeros salvavidas: escribir para liberar la tensión, moverme para soltar energía, entrenar mis diálogos internos, meditar.
Aprendí que la ansiedad es un sentimiento de preocupación, desespero o agitación causado por la anticipación de eventos futuros [1].
Esta parte es muy importante, El futuro. En la ansiedad nuestra mente esta tan atrapada imaginando escenarios futuros que olvidamos estar aquí. En el presente.
El único momento que si tenemos garantizado. El presente.
Evolutivamente, se cree que surgió para activar el mecanismo de huir o luchar, como una forma de protección [2]. Hacernos pensar en escenarios posibles para saber si debemos quedarnos o emprender una nueva empresa.
Los síntomas típicos incluyen pensamientos recurrentes sobre amenazas futuras, tensión muscular y evitación [3]. Pero, hoy también quiero mencionar otras señales que indican ansiedad. Patrones de la vida cotidiana que ya tenemos tan interiorizados que no reconocemos:
Estás cocinando y ya estás pensando en lo siguiente que debes hacer.
Comes algo, aunque no tengas hambre. Solo quieres tener algo en la boca.
Quieres terminar rápido una actividad para pasar a la siguiente.
Te muerdes los labios o te quitas los cueritos de los dedos.
Tener diálogos internos mayormente sobre el futuro.
El problema es cuando estas acciones se vuelven constantes e inconscientes, y se convierten en un mecanismo para postergar. Quieres evitar un reporte tedioso del trabajo, así que comes otro dulce o fumas otro cigarrillo. Hay algo que quisieras decir, pero no sabes cómo, así que te tocas la mano o te muerdes el labio.
Hay muchos factores que agravan la ansiedad: redes sociales, consumo de sustancias como azúcar, nicotina o alcohol, exposición constante al estrés. Todo esto nos mantiene atrapados en un bucle de dopamina y cortisol, alterando el equilibrio natural del cerebro.
Nuestra sociedad actual es el caldo de cultivo perfecto para desarrollar ansiedad.
También descubrí que investigaciones recientes han demostrado que la ansiedad tiene un componente hereditario: si uno o ambos padres son ansiosos, es probable que sus hijos repitan estos patrones [4]. De esta forma, la genética, y como el entorno moldea su expresión cambian nuestra tendencia a la ansiedad.
Entender este punto me hizo aprender también que muchas de las preocupaciones de mis padres son por esta razón. Eso me ayudo. Pude comprenderlos, tener mayor empatía y también con las otras personas. Creo que todos tenemos ansiedad en cierta medida, pero para algunos, nuestra vida gira tanto alrededor a ella que tiñe otros aspectos.
Hace unos días
, que tiene unas reflexiones maravillosas y un gran gusto por las películas, me recomendaba ver Intensamente 2. Aunque muchos ya me habían hablado de ella, el momento y como me contó su propias experiencias con la película fueron perfectos. Termine viéndola. No pudé encontrar mejores representaciones de la ansiedad que en esta película. Si aun la imagen de la ansiedad es difusa para ti, te recomiendo verla.La ansiedad no quiere dañarte, en realidad esta tan preocupada por tu bienestar que hace de todo para protegerte. Fue el mayor aprendizaje de esta película.
Después de años viviendo con ansiedad, hubo un día en que, por primera vez, experimenté silencio mental. Solo fueron unos segundos, pero los noté. Y fue indescriptible. Como la primera vez que vez un arcoíris. Con práctica y paciencia, esos momentos de calma empezaron a extenderse. Ahora, cada día son más los momentos de paz que los de ansiedad.
Unos minutos sin ansiedad se siente hermoso. Unas horas son el paraíso. Puedes sentir el peso de tu cuerpo en cada paso, disfrutar de cada sorbo de tu bebida. Abrazar las tareas que haces. Incluso el silencio se vuelve un amigo, las esperas. Nada es tedioso, porque cada instante está habitado por la vida, el milagro del universo.
Las voces en la mente están tan calladas que sobra espacio para escuchar otras partes de tu cuerpo. Tus pulsaciones, escuchar tu respiración, sentir tu sangre. Oír tu corazón. No tienes miedo, sabes que estas donde tienes que estar. Vuelves a vivir. Y con el tiempo tu cuerpo se vuelve un templo, un hogar que te cuida.
Para mí, también fue el primer paso para volver a conectar con algo más grande que yo y lo que puedo percibir. Con algo sagrado.

Me enfoque en buscar tanto las respuestas en la razón, que olvide a la verdadera reina; la intuición. Deje de lado mi yo espiritual, dándole paso solo a lo que el método científico pudiera probar.
Ahora sé que mi ansiedad viene de una fuerte energía de creación, por lo que me dedico a poner mis ideas en papel y hacerlas realidad. Algunas apenas son semillas, pero solo haberlas sembrado como palabras o con actos, me quita un peso de encima. La ansiedad ahora es una fuerza que me da más movimiento que preocupación. Se ha vuelto un impulso de cambio. Una chispa en mi vida.
Aun pierdo batallas, pero las herramientas que he aprendido me han empoderado para esta guerra interna que significa vivir.
A veces, hemos estado en alerta tanto tiempo que se nos ha olvidado cómo estar bien. Pero no importa en qué parte del proceso estés: siempre puedes volver a sentirte tranquilo.
Tu cuerpo lo sabe. Escúchalo. Escúchate.
Gracias por leer Mosukito
Si has sufrido de ansiedad como yo, quisiera escuchar como haces para lidiar con ella. También quisiera saber si has identificado tus detonantes.
Te leo 🪰
Respiro. Respiro.y Acepto que no hay nada que pueda hacer ahora al respecto. Le entrego el problema a Dios, confio en que hay fuerzas invisibles que ayudan sin que sepa cómo. me digo: no tienes que saber cómo. respiro, respiro, respiro. Hasta que se estabiliza la respiración.. y ya puedo pensar algo mejor